jueves, enero 20, 2005

Una casa con goteras



Audio: ALGOCONTIGO.Andrescalamaro.mp3

Ayer me llamó una amiga a la que tengo en gran estima, para contarme desolada que su relación hacía aguas, y que le costaba mucho tomar una decisión, LA DECISIÓN...
Yo le expliqué, que, antes de cambiarse de casa, intentara arreglar las goteras. Saltar de una relación a otra equivale a realizar una pesada mudanza, de un hogar a otro, y eso supone volver a cargar con trastos pesados, recuerdos, vivencias, viejos traumas...mvolver a reordenarlos y colocarlos y tirar lo que no sirve y que de algún modo es un lastre.
Aunque en ocasiones, si la casa se viene abajo y no tienes un refugio seguro te encuentras de repente en la calle, sola, con una mano delante y otra detrás...
Entenderán la metáfora...
Yo intentaba explicarle que las personas, las relaciones, son como las casas, algunas son muy grandes y acogedoras, otras pequeñas y desordenadas, estrechas, algunas endebles, de pardes delgadas por donde se cuela el frío. Unas te dejan las puertas abiertas, con total confianza, para que puedas conocer y hurgar en todos los rincones, y otras, en cambio, ponen cerrojos y cadenas, recelosas, para impedirte entrar.
A veces suceden pequeños accidentes domésticos, averías eléctricas, fallos en la calefacción, goteras..., las casas son imperfectas, como nosotros, pero no por eso uno se ve obligado a mudarse repentinamente. Hay que evaluar los daños, e intentar repararlos, porque ir de un lado a otro, siempre de alquiler, de deja una amarga sensación de desarraigo, de soledad, de no tener nada propio y nada auténtico.
Pero claro, si hablamos de un problema de aluminosis, es diferente, no hay remedio posible, hay que abandonar el edificio, pues sus cimientos están podridos y la estructura se derrumbará de un momento a otro. Sálvese quien pueda...
Pero aunque las pequeñas averías causen desasosiego, casi siempre se trata de menudencias, y eso no es óbice para dar la voz de alarma o salir corriendo.
Así que le he aconsejado que se tranquilice, que deshaga las maletas y que se encargue de esas molestas goteras y esas pequeñas averías llamando a un fontanero.
Por supuesto, sigue siendo una metáfora...:-D

Disculpen, voy a seguir con las mudanzas... me voy a vivir sola.

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domingo, enero 09, 2005

Escatología y belleza: vaginas dentadas y otras heridas del alma


Ilustración de Christiane Cegavski

Las operaciones de cirugía estética facial que Orlan llevó a cabo en sus quirófanos teatrales para adquirir rasgos peculiares pertenecientes a bellezas del arte clásico como “La Mona Lisa” de Da Vinci o la Venus de Botticelli, entre otros referentes, convirtieron su cuerpo, sus sanguinolencias y sus cicatrices en un vehículo artístico hacia la búsqueda de la belleza perfecta, experimentando sobre su propio cuerpo, verdugo de sí mismo y víctima de los excesos quirúrgicos, despojándolo de toda identidad en pos de un “patchwork” ideal que ensalzaba, a la vez que ridiculizaba, los excesos narcisistas de nuestra cultura de la imagen, que conduce la idolatría de la juventud y la belleza hasta límites demenciales.
Las pinturas oxidadas de Andy Warhol, realizadas con orina y pigmentos metálicos, y los frascos de “Merda d´artista”de Piero Manzoni nos acercan a ese “horror de los excrementos” que enunciaba Bataille, convencido de que estos nos producían tal temor y rechazo que éramos incapaces de hablar de ellos. Duchamp ya levantó ampollas con su fuente-urinario, y Dalí y Miró también aludieron al tema en sus respectivos cuadros “El juego lúgubre”, y “Hombre y mujer ante una pila de excrementos”. Claro está, que de insinuarlos y representarlos a utilizarlos directamente media un abismo.
Kim Jones sacó un tarro de mayonesa lleno de sus heces, se embadurnó y abrazó al público, provocando un auténtico escándalo. Cuando algo se sale de su espacio orgánico: boca, ano, pene o vagina, se convierte en abyecto, en sucio, todo lo que es expelido por el cuerpo es considerado materia de deshecho, y cuando es trasladado al terreno de lo social y lo cultural se transforma en repugnante y de inmediato adquiere otro significado. Lo abyecto conecta con las tres fases del proceso constitutivo: oral, anal y genital, y en cuanto alguna de estas manifestaciones sobrepasa el límite de lo íntimo se vuelve amenazador, irreverente y vergonzoso.
A todos nos ruboriza y perturba que nos observen mientras defecamos u orinamos, mientras copulamos, mientras vomitamos…Ruidos que emiten nuestros agujeros expeledores, como eructos o ventosidades, son considerados ofensivos, repugnantes y de mala educación, aunque en ocasiones se trata de una cuestión cultural, pues por ejemplo en la tradición musulmana el eructar después de un banquete es una manera de agradecer la comida. En algunas poblaciones arcaicas incluso se esconden para comer, pero estas pequeñas variaciones no implican que el temor y el rechazo a lo abyecto y lo asqueroso deje de ser un fenómeno universal.
Kant lo explicaba así en su “Crítica del juicio”: Solo una clase de fealdad no puede ser representada conforme a la naturaleza sin echar por tierra toda satisfacción estética, por lo tanto, toda belleza artística, y es, a saber, la que despierta asco”. Pero como ya decíamos antes, lo inmundo, lo asqueroso, es inseparable de lo humano. La realidad es cruel, y el arte refleja esa realidad, mostrándonos la herida infligida por el mundo, evocándonos esa canción de Joan Báez que rezaba así:“Llegó con tres heridas, la de la vida, la del amor, la de la muerte…”. Todos nacemos de esa gran pero pequeña herida que es la vagina de una madre, una llaga sangrienta que se desgarra llorando lágrimas de sangre y líquido amniótico para darnos la vida entre coágulos y otras secreciones. Existe un estrecho vínculo entre violencia y erotismo, entre la sexualidad y la muerte (Eros y Tánatos), entre el placer y el dolor y entre nutrición y sexualidad, que muchos artistas, poetas, escritores y filósofos como Georges Bataille y Baudelaire, en un modo más trágico, se han esforzado en resaltar. El poema de Eduardo Galeano,”La pequeña muerte”, nos resume en unas líneas la delicada frontera que existe entre lo abyecto y lo sublime, entre el goce y el sufrimiento, la vida y la muerte, pues no debemos olvidar que el sexo es la fuerza poderosa que hace girar al mundo, pero aquello mismo que crea, inevitablemente, también acaba destruyéndolo al final del viaje. Ese es el destino humano. “No nos da miedo el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de sus vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos, gemidos del dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien no tiene nada de raro porque nacer es una alegría que duele. “Petit morte”, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman, pero grande, muy grande ha de ser si matándonos nos nace.!"

El arte de la menstruación y otras alegorías femeninas



"Mi primera menstruación"-Ana Elena Pena,1999. Fotg. Sam Domingo
La maldición de la sangre:
La accionista, ya difunta, Gina Pane (http://www.arkineos.it/rivista/corparc/ginapane.html)
trasladaba sus rituales de autolesión al terreno de lo poético y lo femenino, donde la sangre adquiría un simbolismo adherido a la fecundidad, a la sexualidad, al sentido trágico de la vida y a la verdad sangrante del amor y sus misterios. Una de sus acciones más conocidas consistía en beber de una taza rota, mezclándose la sangre de los labios, heridos por los bordes cortantes, con la leche y la miel que esta contenía. Kiki Smith hizo una mordaz y atrevida crítica a la cirugía estética con sus “Recipientes de sangre y silicona”, además de un trabajo con cuencos en los que reposaban diferentes sustancias acuosas; lágrimas, como metonimia del llanto, semen, representando la lujuria y el deseo, y vómitos, indicadores del mal y la enfermedad. Son muchas las artistas contemporáneas que han trabajado con la sangre y en particular con la menstruación, artistas como Judy Chicago, que mostraba la extracción de un támpax usado en “Red Flag”(“Bandera Roja”) y Carol Schneemann, que pintó un cuadro con su sangre menstrual (“Blood Work”) además de protagonizar un curioso performance en el que se extraía lentamente un pergamino de la vagina en el que había escrito un discurso feminista.Todas estas artistas las podeis contemplar en el museo de la menstruación www.mum.org , donde también están mis fotos, jijijiji, www.mum.org/armepena.htm
Históricamente la sangre está ligada a las imágenes tanto de la vida como de la muerte, purifica y mancilla a la vez, pero se la considera peligrosa cuando brota de manera espontánea.
De todas las hemorragias, la que significa la menstruación en la mujer es la que mayor significancia y complejidad tiene para la psique del hombre. En muchísimas poblaciones arcaicas se ha considerado que la sangre menstrual quema la vegetación, impide el crecimiento de las plantas, contamina las aguas y constituye un peligro para el hombre. Cuando llegaba el momento, se aislaba a las mujeres para evitar todo contacto con el exterior y la consecuente contaminación. Sin embargo, la sangre adquiere efectos positivos si se la hace brotar voluntariamente, cuando el ser humano se apodera de su cuerpo y se mutila con el propósito de fertilizar los campos y curar enfermos, o bien en ritos de carácter funerario.
El acto de mutilarse es algo universal. Los anales chinos relatan que a partir del momento en que llegaban a la tienda mortuoria, se cortaban la cara con un cuchillo para que se viera correr la sangre junto con las lágrimas, en señal de duelo. Para los hebreos la sangre es el alma del cuerpo, símbolo de vida e impureza a la vez, relacionada con la maldición que cayó sobre la humanidad cuando Eva, la compañera de Adán, al caer en la tentación del diablo, provocó la desgracia del hombre. La pérdida periódica de la sangre se percibe así como una herida inmunda, un castigo infligido por Dios a todas las descendientes de Eva.
Desde entonces la noción de pecado siempre está presente en la sangre menstrual, que posee un marcado carácter punitivo. Pero no todas sus connotaciones son necesariamente malignas, en el siglo XVIII existía una curiosa costumbre que consistía en mezclar sangre menstrual con las bebidas y alimentos para lograr un efecto afrodisíaco en el amante. Todo esto nos da una idea del simbolismo ambivalente de tan preciado líquido, inseparable de la condición femenina. El misógino poeta del siglo XIX, Charles Baudelaire, decía en uno de sus versos de “Las flores del mal”: “El universo entero meterás en tu alcoba, mujer impura, máquina ciega y sorda que, con placer inmundo, eres gran bebedora de la sangre del mundo.”









Rituales dionisiacos, automutilación y culto al diablo


Fotg. Marilyn Manson
Rudolf Schwarzkogler presentaba a jóvenes varones víctimas de sacrificio, en ocasiones heridos en sus genitales, yaciendo en postura fetal enmedio de cartuchos y cables eléctricos. Hermann Nitsch (www.nitsch.org), que aún sigue en activo con su ya famoso “Teatro de Orgías y Misterios”, sacrifica piezas de matadero para realizar rituales dionisíacos donde la sangre y las vísceras de los animales adquieren un protagonismo absoluto, en combinación con música y pintura. Estos ritos tienen su base en la tradición europea y la cultura judeocristiana, cuyo dios Yahvé exigía sacrificios de animales. La sangre de Jesús es sagrada, la seguimos bebiendo, simbólicamente, como promesa de redención y vida eterna, en un acto de canibalismo como es la comunión, donde también comemos su carne, representada por la Hostia, el pan de cristo. Billy Curmano pretendía redimir de una manera simbólica la violencia mundial virtiendo su propia sangre sobre un globo terráqueo, enunciando los nombres de los paises en conflicto bélico.
Marilyn Manson (www.marilynmanson.com), líder de un revolucionario grupo de rock que ha removido las conciencias de la hipócrita sociedad puritana americana con sus convulsivas y sarcásticas letras, ha incorporado a sus actuaciones musicales un espectáculo teatral de ritmo satánico acompañado de una impresionante puesta en escena terrorífica, irreverente y glamourosa a partes iguales, algo que ya hizo en su momento el veterano Alice Cooper(www.alicecooper.com). Espectáculos que según sus detractores cristianos más enfebrilecidos incitan a la violencia, a la promiscuidad y al asesinato, convirtiéndoles, a él y a sus “Spooky Kids”(niños espeluznantes)en adoradores del diablo,en mesías del apocalipsis. Las cicatrices provinientes de salvajes cuchilladas que su líder Manson luce sobre el torso no dejan lugar a dudas del impactante mensaje que trasmite su peculiar filosofía, que nada tiene que ver con el demonio, sino con la reivindicación de la libertad, la individualidad y el disfrute de los placeres carnales sin remordimientos, algo que difiere completamente de ciertos dogmas religiosos. Volviendo al tema de la autolesión, citaremos algunas palabras sobre el tema de la psicóloga Brenda Love (http://www.kinkybooks.com/books/bk098.htm)
que pueden arrojar algo de luz sobre estas prácticas, cada vez más habituales en el arte de acción contemporáneo. Según ella, y tal y como cita en su “Encyclopedia of Inusual Practices”, “el hecho de cortarse provoca una sensación de intensidad, una muestra del poder personal sobre el destino del propio individuo. La cicatriz de la persona actúa como una constante afirmación de este nuevo poder sobre el dolor y la tragedia.”,sostiene asímismo que “cortarse siempre ha sido una forma de cura emocional. Hoy en dia mucha gente en instituciones psiquiátricas, hospitales y prisiones se corta como una forma más de autolesión. Los motivos de este tipo de comportamiento son diversos, pero muchas personas sienten que esos actos les ponen de nuevo en contacto con su cuerpo, para así volver a sentirse humanos. Le faltó pronunciarse acerca de aquellos que se provocan esas lesiones en un escenario, ante la mirada del público, y quizá hubiera llegado a la conclusión de , si el arte es el mejor camino hacia el entendimiento de una cultura, como dice John Denewey, no cabe duda de que la nuestra es una sociedad enferma, o cuanto menos, doliente y confusa. En un ritual de autolesión, el público con frecuencia sufre con el afectado, debido a una suerte de empatía que obliga al espectador a identificarse con el actor, lo que puede desembocar felizmente en una catarsis liberadora o traducirse en un rechazo visceral cercano al pánico o la angustia, pues la presencia de la sangre en el ser humano lo conduce a una situación de alerta, de huida o de auxilio. Paul MacCarthy, que es ligeramente posterior a los acccionistas vieneses, ridiculiza estas acciones tan extremas utilizando sustancias como tomate frito o pintura para simular la sangre, descontextualizando y pervirtiendo los rituales. Aunque no llega a la autolesión propiamente dicha , no por ello su trabajo deja de ser, cuanto menos, chocante, rozando la perversión más aberrante y coqueteando con parafilias sexuales de todo tipo. En el video “Sailor´s meat” aparece en una habitación de un hotel con bragas negras de puntilla manchadas de sangre y una llamativa peluca rubia. Se tumba plácidamente en la cama mientras simula follarse pilas de carne cruda y hamburguesas, con el pene pintado de rojo y un perrito caliente o hot-dog metido por el culo. En “My doctor”, rajaba una máscara de goma que llevaba en la cabeza para hacer una apertura en forma de vagina a través de la cual daba a luz a una muñeca cubierta de ketchup, representando el nacimiento de Atenea a través de la brecha del cráneo de Zeus.


Sangre, fluidos y otras abyecciones


Artistas subversivos como Ron Athey y Franko B. (www.franko-b.com)
han recurrido a la performance como vehículo de expresión para denunciar de un modo desgarrador el maltrato médico y socio-político que se les da los enfermos de SIDA, evidenciando su fragilidad y vulnerabilidad y criticando el profundo rechazo al que están expuestos continuamente los afectados.
Ron Athey(www.ronathey.com), con su “Teatro del Dolor”, donde es atravesado por dardos y coronado con espinas, nos muestra personajes delirantes tales como enfermeras travestidas, mezcla bizarra de Divine y Rocío Jurado, camillas donde padecen enfermos agonizantes que son sometidos sin piedad a procedimientos médicos tan habituales como vergonzosos, como son las lavativas y las inyecciones. Franko B., tras grabarse a cuchilla unas letras en la espalda, se pasea desnudo y sangrante por una pasarela cubierta con sábanas blancas, que recogen sus fluidos y que luego recicla para otras acciones. Se puede observar que cada vez son mas numerosas,o cuanto menos, más visibles, las manifestaciones artísticas que tienen su clave en la abyección, en la escatología, en el trauma y en la repulsión. Lo abyecto es lo que no respeta límites, lo que perturba identidad, sistema y orden, y ha sido muy bien acogida por el arte de vanguardia en tanto que la finalidad de gran parte de estas manifestaciones llevan como signo de identidad el deseo de perturbar el orden, el del sujeto y el de la sociedad. Tanto mostrar cadáveres como sanguinolencias o deyecciones corporales transgrede y supera las fronteras pre-establecidas del arte, obligándonos a replantearnos sus límites y enfrentándonos a problemas de índole moral y ética. La fascinación y el horror que sentimos a la vez por los fluidos, las heces, el esperma y las monstruosidades y aberraciones físicas es una característica esencial de ciertas expresiones del arte más vanguardista que, aunque ya comenzaron a brotar en los años 60 y 70 con las brutales performances de los accionistas vieneses, tuvieron su momento álgido en los 90, cuando el Whitney Museum for American Art organizó una exposición titulada “Arte Abyecto: repulsión y deseo en el arte americano”. Entonces, la poética abominable e iconoclasta del “trash” y aquello que consideramos “inmundo”, elevaron la abyección a categoría estética con su dinámica transgresora, irrumpiendo en el terreno de lo público, proclamando que lo inmundo es inseparable del cuerpo, y por lo tanto, humano, y digno de ser utilizado o representado con fines artísticos. Los accionistas vieneses de los años 60 llevaron el “shocked-art” de la performance más radical hasta el paroxismo, protagonizando violentas acciones que rozaban el masoquismo más enfermizo. Empezando por Gunther Brus, que se hizo un corte en la ingle a modo de vulva y la mantuvo sujeta con garfios a la piel. Muchos ritos tribales implican la imitación ritual por parte de los hombres de elementos femeninos, tales como vestidos, vaginas, menstruacion y parto ,para de esta manera incorporan simbólicamente al cuerpo masculino los poderes creadores de la hembra. En los ritos de iniciación de Australia Central se incorpora el principio femenino en el cuerpo del hombre realizando una hendidura semejante a una vulva en la superficie uretral del pene, sobre el glande. Brus también gustaba de introducirse alambres por la uretra, se vestía con ligueros y medias, se acuchillaba con tijeras hasta sangrar, cagaba y degustaba su propia mierda y vomitaba.(rituales coprofílicos que nos recuerda también a G.G.Allin(www.ggallin.com), famoso punk-star de finales de los 80 que murió de sobredosis tras una caótica actuación). Pero su espíritu temerario acabó traicionándole. En su última actuación, titulada “Zerrisprobe”(”Prueba de resistencia”), Brus se amputó parte del pene, en un delirante acto a autocastración, y la hemorragia fue tan letal que no se pudo hacer nada por su vida. Murió desangrado.


viernes, enero 07, 2005

La seducción de los caramelos


Los cebos azucarados de ogros y ogresas, brujas y pedófilos:

La supuesta inocencia y fragilidad de los niños los convierten con frecuencia en seres desprotegidos ante la multitud de peligros que acechan en mundo adulto. El paraíso de la infancia , en realidad no supone siempre un territorio edénico donde las criaturas angelicales retozan juguetonas entre algodones, ositos de peluche y pompas de jabón. Esta fantasía rousseauniana puede mutar en un siniestro bosque tormentoso, de árboles retorcidos de mirada aterradora, plagado de seres malignos y amenazantes hambrientos de la sangre fresca de los infantes. Ogros, brujas, lobos y sacamantecas son los siniestros moradores de ese lugar de pesadilla, tanto de los abruptos bosques de los cuentos de hadas como de la jungla de asfalto del siglo que nos ocupa.
Mientras que a los adultos se les engaña y se les seduce con otro tipo de lisonjas más sofisticadas, para los niños el señuelo más eficaz para ganarse su confianza son sin duda los caramelos, las golosinas. La glotonería de los pequeños y su amor por lo dulce, además de su naturaleza confiada, los convierte en presas fáciles de pedófilos desalmados o de asesinos en serie.
El caso de Albert Fish conmovió profundamente a la sociedad neoyorquina el día que se descubrió que había secuestrado a una niña con el fin de descuartizarla y comérsela en un festín caníbal. El anciano se delató en una estremecedora carta que envió a la madre de la pequeña, y que los medios de comunicación no se privaron de publicar. En ella relataba con todo lujo de detalles como había apaleado a la niña para que su carne se reblandeciera, qué partes había comido de la misma, de qué modo las habia cocinado y cuales le resultaron más sabrosas. Hacia el final de la epístola comentaba a la madre que no debía preocuparse de la honra de su hija: “No me la tiré, aunque podría haberlo hecho. Murió virgen.”.
Lo curioso es que el amable viejecito nunca despertó las sospechas de nadie, a pesar de que los informes psiquiátricos realizados posteriormente le definieron como una persona con fuertes tendencias sadomasoquistas, voyeur, exhibicionista, pedofílico, homosexual, coprófago y con una obsesión morbosa por el canibalismo. Además, Fish era un fanático religioso que interpretaba a su manera la Biblia y sufría de alucinaciones y arrebatos místicos. Tras hacerse amigo de la niña, a la que entretenía con juegos y chucherías, le pidió permiso a su progenitora para llevársela a la fiesta de cumpleaños de una sobrina suya (por supuesto, inexistente), a lo que la señora accedió de buen grado, y de lo cual se lamentaría más tarde y durante el resto de su vida. Fué condenado a la silla eléctrica, y los cientos de alfileres que tenía incrustados dentro del escroto testigos de sus rituales masoquistas, provocaron un cortocircuito.

Dejad que los niños se acerquen a mí…..

Estos ogros contemporáneos, psicópatas devoraniños, tienen su equivalente literario y fantástico en la tradición popular de los “sacamantecas” u hombres del saco, hombres feos y malvados que raptan a los niños y se los llevan a casa para sacrificarlos y hacer con su grasa jabón o ungüentos para curar enfermedades. En verdad esto tiene más de realidad que de leyenda, si hacemos un poco de memoria histórica.
Enriqueta Martí Ripoll, la vampira de Barcelona de principio de los años 20, responde al perfil clásico de bruja curuja en su vertiente más sádica. Esta aprendiz de hechicera secuestraba a pequeños aprovechando los descuidos de los padres y prometiéndoles golosinas. Pero una vez en su morada, los niños eran asesinados, desangrados y despedazados cruelmente. Con su grasa preparaba extraños mejunjes para curar diversas enfermedades y dolencias tales como la tuberculosis o la tisis, y con el túetano de los huesos elaboraba potingues supuestamente revitalizantes y dudosamente milagrosos. Ella misma creía en el poder vigorizante de la sangre, la cual procuraba beber bien fresca y directamente de los cuerpos degollados para aprovechar al máximo sus nutrientes y sus cualidades mágicas. Era hematofílica (no confundir con hemofílica), lo cual explicaba su obsesión enfermiza por la sangre, que creía que la rejuvenecía y le otorgaba una energía vital y sexual extraordinarias. Gracias al chivatazo de una vecina, los tejemanejes de la Ripoll fueron descubiertos. La policía halló en su casa(aparte de insalubridad, ratas y cucarachas) sacos de tela con restos de huesos y las ropas ensangrentadas de los niños, además de libros antiguos de hechicería, diversos cuchillos y una libreta con direcciones y nombres de gente perteneciente a las altas esferas de la sociedad barcelonesa. Las investigaciones se dispersaron y nunca concluyeron en nada tangible, lo que contribuyó a alimentar el mito de la vampira. Se rumoreaba que comerciaba con sus pócimas para aliviar los males de los ricos, a cuyas fiestas y orgías era invitada, y se la vio salir de noche lujosamente vestida mientras en la puerta la esperaban ostentosos coches para recojerla.
Como por el día iba sucia y harapienta como una mendiga, a la policía le sorprendió encontrar en su casa un baúl lleno de caros ropajes y exquisitas joyas de un valor incalculable. A Enriqueta podríamos considerarla la Condesa Bathory española, famosa esta última por asesinar y desangrar a sus doncellas campesinas para bañarse en su sangre virgen y conservar la eterna juventud. El detalle macabro del caso de la vampira de Barcelona, es que, a pesar de sus cuarenta años largos, se comentaba que gozaba de una excelente salud y que su cutis resplandecía como el de una veinteañera. ¿Sería el “poder milagroso” de la sangre de los infantes lo que la mantenía tan lozana y hermosa a pesar de su austera vida diurna y su disoluta vida nocturna?

“¡¡No aceptes caramelos de desconocidos!!”

¿Cuantas veces habremos oído esta intrigante advertencia de boca de nuestros mayores? A los niños les pierde su avidez oral, su ansia de dulce, y esto es bien conocido por todos, tanto por buenos como por malos. Cuando un niño hace algo bien, se le recompensa con una golosina, y por el contrario, cuando se porta mal, se le castiga sin chuches. Este sistema de gratificación y castigo por medio de los dulces forma parte de su atractivo y fomenta el deseo de los pequeñuelos por estas frivolidades alimenticias, que cada vez tienen menos de alimenticias y más de frivolidad.
Los caramelos son utilizados por los lisonjeros malévolos como reclamo y como pegajoso señuelo para atraerlos a terrenos movedizos plagados de intenciones sórdidas. Los pedófilos esto lo saben bien, y con la promesa de entregarles más dulces, los niños acuden atolondrados, como los ratones de Hamelín tras el meloso silbar de la flauta, cayendo en la trampa. Todos hemos tenido un viejo verde en nuestras vidas, un amable señor o vecino que con azucarosos cebos se ganaba la confianza de los más golosos para obtener a cambio algún tipo de gratificación sexual. Si bien los penes no tienen el delicioso sabor de los Kojak, con el estómago lleno se piensa menos, y antes de que se den cuenta los pequeños, ya están manipulando piruloides de los que nunca se gastan por mucho que los chupes.
El cuento de Hansel y Gretel y la casita de chocolate de los hermanos Grimm es especialmente aleccionador, y es a su vez un relato que conmociona y fascina especialmente a los niños, por el profundo valor psicológico y simbólico que desprende y por su extraordinaria crudeza.
La situación de partida es la siguiente. Los hermanos Hansel y Gretel son abandonados en el bosque por parte de sus progenitores, unos modestísimos y paupérrimos campesinos que no tienen nada que comer y que no les queda más opción que deshacerse de los niños ante la tentación de comerse a sus propios hijos en un arrebato famélico. Esto supone para los pequeños un gran momento dramático, pues uno de los miedos más terribles y típicos del niño es el de ser abandonado. El otro, es ser devorado. Debido a la tremenda desproporción física de los años más tiernos, a ojos de los niños los adultos parecen ogros, gigantes de gran envergadura que en vez de resultar entes protectores, en ocasiones se tornan figuras amenazantes.
Hansel y Gretel avanzan abrazados por un bosque hostil, donde les acechan infinidad de peligros, pero de repente…se alza ante ellos una deslumbrante y deliciosa casita de chocolate. Los niños, hambrientos e incapaces de controlar su voracidad, sacian su apetito mordisqueando las paredes de mazapán, las vigas de caramelo y los apliques de nata…, hasta que son sorprendidos “in fraganti” por la perversa bruja del cuento, que los engaña y los invita a entrar, encerrando a Hansel en una jaula con el fin de engordarlo y comérselo y convirtiendo a Gretel en una sumisa sirvienta.
Los niños viven atemorizados por la bruja, de nuevo aparece el miedo a la devoración tan propio de los cuentos de hadas y tan arraigado en nuestro subconsciente, aunque gracias a la astucia de los pequeños la pérfida mujer es la que acaba en el caldero tras ser empujada por una envalentonada Gretel. Un final feliz para un cuento que muchas veces no acaba tan bien en el mundo real.
Los actos de violencia y los abusos sexuales que tienen como víctima a los niños crean una especial repulsa social, y el abusador pasa a ser automáticamente despreciado y estigmatizado, hasta el punto que en la misma cárcel estos presos necesitan protección especial para no acabar siendo violados, torturados y linchados por sus propios compañeros de celda. Por otra parte, los abusadores suelen haber sido a su vez víctimas de abusos y vejaciones en su infancia, por lo que se deduce que estas pautas de comportamiento adquiridas se fraguan en la niñez, revelándose en toda su crudeza al llegar a la fase adulta o post-adolescente, continuando así la cadena de maltrato.
Ogros contemporáneos como Albert Fish, con quince víctimas probadas, Enriqueta Martí Ripoll, con casi una decena, Myra Hindley y Ian Brady, que mataron y torturaron a cinco menores mientras grababan sus desgarradores alaridos, el colombiano Luis Alfredo Garabito, que confesó más de treinta asesinatos, o el reciente Marc Dutroux que conmocionó Bélgica. Así se abre un largo etcétera de celebridades, algunas aún con vida, y a las que no les queda el consuelo de la redención ni la esperanza en el perdón del colectivo social por la irremisibilidad de sus crímenes
Este tipo de sucesos despiertan tal repugnancia y aversión que la posibilidad de la reinserción es cuanto menos absurda. Desde el momento en que se haya hecho público su delito estarán más seguros en la cárcel que fuera de ella, donde se exponen al linchamiento público y a la justicia popular del ojo por ojo, diente por diente.
Willy Wonka y la fábrica de chocolate
Otro gran Señor de los Caramelos, no tan perverso pero sin embargo no exento de cierta malicia, lo hallamos en el Willy Wonka interpretado por Gene Wilder en “Willy Wonka y la fábrica de Chocolate”(Mel Stuart,1.971). En un tono amable y toscamente aleccionador, la versión cinematográfica de Roald Dahl nos sumerge en el increíble submundo de una maravillosa pero al tiempo siniestra fábrica de dulces, donde nadie entra y nadie sale, pero que abre sus puertas a los cinco niños afortunados que encuentren los cinco billetes dorados que se hallan ocultos en cinco de los billones de chocolatinas dispersas por todo el mundo.
El premio, aparte de la visita a la fábrica, es una provisión de por vida de dulces y chocolates. Esto despierta la avaricia natural de los pequeños, que empiezan a comprar de manera compulsiva los productos del señor Wonka en busca del ansiado billete. La moraleja es bien clara, y el egoísmo, la volubilidad y el carácter caprichoso de los niños acaba conduciéndolos a la perdición,a excepción del modesto y benévolo Charly, que consigue conquistar el corazón (y heredar la fábrica)del señor Wonka gracias a su honradez y a su humildad.
Los castigos que reciben los niños por su gula y avaricia son ejemplares. Mientras que el gordito acaba engullido por un rio de chocolate sobre el que se abalanza sediento de cacao, otra niña petarda e insolente acaba convertida en arándano flotante. La ricachona caprichosa no corre mejor suerte, y el insoportable canijo adicto a la televisión acaba siendo reducido a tamaño liliputiense.
Niños y caramelos, caramelos y niños…, nuestra infancia está regada de nata y sirope, salpicada de virutas de azúcar y chocolate y aromatizada con regaliz y fresas. Con el tiempo, la obsesión por lo dulce desaparece, o por lo menos mengua, en parte porque nuestro cerebro adulto necesita menos glucosa y porque nos preocupamos por nuestra salud dental y por nuestro peso.
Pero no podemos obviar que el circuito de las gratificaciones ha quedado marcado por el método de compensación y castigo en base a las chuches impuesto por nuestros mayores. Cuando nos sentimos mal es sencillo paliar el malestar y la soledad con un bote de leche condensada o una tarrina de helado de nueces, en una especie de ritual de autorecompensa que solo durará lo que tardemos en devorar nuestro pegajoso banquete.

domingo, enero 02, 2005

ARTE Y CANIBALISMO

Si es que algunos niños están para comérselos…, y si no, que se lo digan a este artista natural de Shanghai. Zhu-yu , desafiando a la censura y rompiendo el último tabú que se cierne sobre la humanidad, el canibalismo o antropofagia, lleva más de dos años presentando un performance en el que devora parte de un feto de siete meses, que ha sido previamente cocinado. Estas imágenes formaron parte de un documental titulado “Pekín se mueve”, emitido en la cadena británica Channel 4, consiguiendo una audiencia de más de un millón de espectadores. Esta cadena, de corte sensacionalista, también fue la responsable de emitir la autopsia pública que realizó el doctor Von Hagens, que causó no menos controversia. Aunque muchos sostienen que se trata de un engaño efectista, y que el cadáver es un cuerpo de pato con la cabeza de un muñeco, lo cierto es que se trata de un bebé real que nació muerto, y que según él, consiguió en un colegio médico. De hecho hay fotos previas al banquete donde se le puede observar lavando al niño bajo un grifo y preparándolo para cocinarlo. Zhu-yu afirma que ninguna religión prohíbe estrictamente el canibalismo, y que ninguna ley se manifiesta claramente en contra de la ingesta de carne humana. “He aprovechado el espacio vacío entre la moral y la legalidad para desarrollar mi trabajo”-asegura.
Pero la degustación de este banquete incomparable no fue de su agrado, y menos mal, porque si hubiese declarado que le pareció delicioso hubiera tenido aún más problemas. Afirmó que la ingesta de la carne del infante no le resultó agradable, ni mucho menos sabrosa. Al contrario, le supo bastante mal e incluso le produjo arcadas y le hizo vomitar varias veces. La segunda parte de la performance se titulaba “Cerebro enlatado”, y consistía en introducir sesos humanos en recipientes para mermelada. Más tarde, volvió a estar en el candelero con su obra “Skin graft”, en la que cosía un trozo de su propia piel en el cuerpo de un cerdo muerto, en un intento simbólico de sanar el cadáver agregando la piel saludable.(¿?). Anteriormente a estas obras ya instaló un brazo de un muerto momificado en una muestra de arte, al que tituló “Pocket Theology”. La mano pendía del techo de la sala, sosteniendo una soga que recorría toda la instalación.
Lo curioso es que las fotografías de Zhu- Yu devorando al pequeño circularon por Internet causando gran alarma, pues iban acompañadas de un comunicado que denunciaba la costumbre de comer fetos en algunas regiones de China, que los consideraban una auténtica “delicatessen” , y además, aseguraba que incluso en algunos restaurantes se servían estos “manjares” para deleite de los comensales. Este rumor generó una actitud de repulsa y vergüenza a nivel internacional, suerte que el gobierno chino se manifestó a tiempo, desmintiendo radicalmente las graves acusaciones. Tal fue la indignación provocada por este altercado que el Ministerio de cultura prohibió seriamente las manifestaciones artísticas transgresoras de carácter sangriento, violento o erótico, en especial las que incluyeran la manipulación de animales o humanos, vivos o muertos, amenazando con penas de entre tres y diez años de cárcel a los artistas que osaran incumplir estas normas. No solo el arte de Zhy-yu conmovió y sacudió las conciencias de la sociedad oriental, a la vez que él, otra serie de artistas del llamado “arte corporal chino”, se atrevieron con propuestas igualmente arriesgadas e impactantes. Tal es el caso de la pareja formada por Peng Yu y Sun Yuan. En su pieza “Siamese Twins”, los artistas, mediante una transfusión en directo, bañan de sangre los cuerpos de dos siameses muertos, aludiendo a la irreversibilidad de la muerte y la imposibilidad de resucitar. La obsesión de Peng Yu gira en torno a la creencia de que el cuerpo carece de alma, y en otra de sus acciones, llamada “Oil of human being”, inyecta en el cadáver de un niño lo que ella llama “aceite de humano”, y que no es sino un líquido oleoso que exhudan los cadáveres de la morgue. En otra de sus obras, mostraba una columna untada de grasa humana proviniente de liposucciones. La muestra iba acompañada de fotografías que mostraban el proceso de la liposucción del tejido adiposo, así como la preparación de la grasa para embadurnar la columna. Esta obra se parece sospechosamente a la que ya realizara la artista mejicana Teresa Margolles, “Secreciones sobre el muro”, y en la que también utilizaba la grasa obtenida de clínicas de liposucción. ¿Coincidencia?… Quizá una vez más, y como sucede en el cine, el arte se copia a sí mismo. En estas muestras de arte chino, sobre las que además se tiene muy poca información, no parece quedar muy claro el concepto sobre los que los propios artistas intentan sustentar y justificar su arte, parece más bien que se trate de una moda, importada o autóctona, y no parece que vaya a trascender por lo difícil que resulta profundizar en sus registros y sentidos, de dudosa sinceridad. Parece una especie de competición sensacionalista para ver quien logra causar más impacto en el público con sus acciones,
Fuera de los límites de la cultura oriental , también encontramos manifestaciones extremas que tienen como protagonista el canibalismo, aunque no de una manera tan radical. Tal es el caso de la argelina China Adams, que pidió a través de Internet un “donante de carne humana” para una performance, consiguiendo la donación de un trozo de muslo, que cocinó con aceite y ajo y devoró ante una perpleja audiencia. Ya en 1999, la artista permaneció nueve días alimentándose exclusivamente de sangre, proviniente de voluntarios, en una obra que tituló “Blood Comsuption”. El francés Michel Journiac hizo un pastel con su propia sangre (infectada con el virus del SIDA) y lo dio a comer al público que asistió a su acción “Messe pour un corps”.Ron Athey hizo algo similar en una de sus performances, lanzando al público papeles manchados de su propia sangre, también infectada, provocando la estampida del público, aterrorizado ante la posibilidad de contagio.
Los cristianos comulgamos simbólicamente con la sangre y el cuerpo de Cristo, ya adoptamos este ritual como una manera de poseer su espíritu dentro de nosotros. En muchas culturas primitivas, la ingesta de carne humana no supone ningún peligro ni se la considera una práctica amoral. A veces la antropofagia surge cuando la escasez de alimentos la requiere, pero otras veces, el consumo de carne humana alude aritos religiosos o de carácter iniciático. En muchas tribus, devorar el corazón y el cerebro u otras vísceras del enemigo suponía un triunfo para los ganadores, que de esa manera se apoderaban de su energía y su valor.
Otras veces la sangre del fallecido es ingerida, en pequeñas proporciones, por los propios miembros de la familia o tribu, para que de esta manera la carne vieja viva en la carne joven. En los testículos y el pene residía la esencia y la fuerza varonil, mientras que en el cerebro se posaba la sabiduría, y en el corazón y la sangre, el espíritu y el coraje. Esta atracción primitiva por el consumo de la carne humana tiene su significación en las relaciones de poder, en la consumación de la muerte y la perduración de ésta en el cuerpo y en la vida del que la come. Ñam ñam…
En algunas regiones como Papua pervive el canibalismo, donde forma parte de un ritual sagrado que perpetua la vida y recicla la esencia espiritual del muerto en el clan. No ingieren grandes cantidades, sino que lo hacen con pequeñísimas porciones, de una manera simbólica, y además, sienten repugnancia al hacerlo. Las mujeres prueban la grasa del estómago, donde se cree que reside la esencia femenina, y la familia masculina del muerto saborea trozos de los testículos, donde se halla la energía viril. Pero estas manifestaciones arcaicas tienen mayoritariamente connotaciones de carácter ritual y religioso, algo que trasladado a nuestros días carece de sentido, o por lo menos, lo modifica en gran parte. Goya representó a Saturno devorando a su hijo Cronos en una de sus pinturas más oscuras, y Jonathan Swift proponía en su manifiesto “Una modesta proposición”, alimentar a los niños hasta la edad de un año para venderlos como rico alimento. Sostenía que era una inteligente solución al problema de la mendicidad infantil, en una época en la que las familias numerosas no podían permitirse el lujo de alimentar a todos sus retoños, obligándoles a pedir limosna y a robar en las pequeñas tiendas. Vender a los niños a esa edad, cuando están mss deliciosos y tiernos porque solo se han alimentado de leche materna, supondría una gran alivio económico para las familias irlandesas.
La oralidad, la nutrición y el canibalismo está íntimamente ligado a la sexualidad. Basta con recordar expresiones tan habituales y supuestamente inocentes como “está tan buena que me la comería…”, o la canción que popularizaron las Azúcar Moreno “Devórame otra vez…,devórame otra vez…”. De hecho el ritual amatorio empieza con la seducción de las palabras, después con el roce de los labios, de las bocas, mientras los besos y los lametones van ganando intensidad hasta llegar a los dientes. Alguien dijo que un beso no es más que un mordisco que aprendió educación. El ansia de los amantes por “devorarse”, para poseerse el uno al otro en un acto lujurioso y caníbal que parece tener más de sacrificial que de lúdico, tiene su clave en el carácter violento y transgresor del acto sexual en sí mismo, un acto que nos acerca al abismo de la muerte y nos conduce a la disolución, como ya enunciaría Bataille.
Es fácil incluso encontrar referencias al canibalismo en los cuentos de hadas. El lobo, que en versiones como la de Perrault es una metáfora picante, devora a Caperucita Roja después de meterse en la cama con ella… “Abuelita, abuelita, que dientes tan grandes tienes…-¡Para comerte mejor! –contesta el lobo, zampándosela de un bocado. En una versión más grotesca de este relato, titulado “El cuento de la abuela”, el lobo llega antes que la niña y mata a la abuela, pero en vez de comérsela pica su carne y guarda la sangre en una botella. Al llegar Caperucita, hambrienta y sedienta, se dirige a la alacena, come la carne de su abuelita y bebe su sangre. En un aspecto simbólico, este acto representaría el renacimiento de la carne vieja en la carne nueva, la continuidad de los genes de nuestros ancestros, sangre de nuestra sangre. La bruja de “Hansel y Gretel” los seduce con su casita de chocolate y mazapán y los ceba con la intención de comérselos, aunque aquí no encontramos metáfora sexual, si no que alimenta más bien la creencia medieval en las brujas, mujeres que vivían solas, tenían conocimientos de hechicería y devoraban a los niños. En periodos de hambruna, no era raro que desaparecieran niños o jóvenes cuya carne era luego devorada y vendida en el mercado negro, no por las brujas, sino por los ciudadanos famélicos.
Fritz Haarmann, el carnicero de Hannover, un conocido psicópata del siglo XX, engañaba a jóvenes chaperos con la intención de asesinarlos para comer y vender sus trozos en la carnicería que regentaba. Los cuentos de hadas están poblados de ogros y brujas antropófagas, que se comen a los niños o a las princesas. La madrastra de Blancanieves la destierra a un bosque y envía a un cazador para que la mate y le traiga el corazón para comérselo y poseer su belleza. La tradición popular recoge numerosos mitos acerca de este fenómeno y alude a él en numerosas manifestaciones. Los cuentos hablan de nuestras emociones más profundas, son un espejo de nuestras preocupaciones y nuestros miedos ancestrales, de nuestras obsesiones y deseos, y bajo su barniz infantil nos muestran las verdades más esenciales del espíritu humano. Esto es algo que ya señaló Bruno Bettelheim en su libro “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, donde resaltaba el profundo significado que subyace en estos relatos, haciendo especial hincapié en el revelador aspecto sexual de los mismos, como ya haría el psicoanálisis, siguiendo la tradición de Freud.
Pero volviendo a las manifestaciones artísticas de vanguardia, la antropofagia carece de sentido, en el aspecto en que no es necesaria pues no nos apremia la escasez de alimentos. El canibalismo de carácter ritual e iniciático tampoco parece adquirir su significancia en estos actos, despojados de toda devoción religiosa. Más bien atendemos a una necesidad de volver la mirada hacia nuestro propio cuerpo y sus necesidades y urgencias. También nos encontramos ante una mera y simple acción transgresora, la ruptura de un tabú que culmina, no en la representación, sino en el acto mismo del canibalismo. Zhu-Yu proponía algo más que un juego, llamando la atención sobre ese posible hueco de la legalidad y la moralidad hacia la ingesta de carne humana. La chuleta de muslo de China Adams llamaba de alguna manera la atención hacia el mismo punto. Somos dueños de nuestros propios cuerpos, y nadie nos puede prohibir la donación voluntaria de parte de nuestro cuerpo con una finalidad gastronómica, si las dos partes están de acuerdo. El pastel de sangre de Michel Journiac quizá si aludía a la comunión en un sentido más estricto. Como diría Jesucristo: “bebed todos de mi sangre que yo viviré en vosotros”. Claro que Journiac no es Jesucristo, es un enfermo de SIDA, y el terror a la enfermedad, al contagio y a la sangre infectada seguro que a más de uno le impidió disfrutar de la tarta, aunque el fuego y la cocción mata los virus y las bacterias contagiosas que pueden habitar en la sangre. Cuando China Adams se mantuvo durante nueve días alimentándose con la sangre de los donantes, se convirtió en una versión moderna del mito de la mujer vampiro, que se alimenta de la sangre y la semilla del hombre para arrebatarle su fuerza y prolongar su belleza y juventud. El mito de la mujer bebedora de sangre perdura en nuestros años. Antes se creía que la mujer necesitaba de este preciado cáliz para reponerse de las pérdidas menstruales, y era habitual en ciertos enfermos, como los anémicos o los tísicos, el consumo de sangre, que bebían directamente de los animales en los mataderos. Pero el mito del vampiro tiene más de superstición que de hecho científico, si bien es cierto que existe un trastorno psiquiátrico denominado hematofilia, en las que los afectados sienten una gran obsesión, casi siempre de carácter sexual, por la sangre, llegando a autolesionarse o agredir y asesinar a otras personas para la consecución de su placer. En Kassel, Alemania, un hombre se comió a otro al que conoció a través de Internet. Puso un anuncio en el que se declaraba abiertamente caníbal y deseoso de cumplir su sueño de degustar la carne humana, que durante tanto tiempo le había obsesionado. Pretendía contactar con un voluntario con los mismos gustos para reunirse en un lujurioso banquete donde ambos comerían y comoerían partes de sus propios cuerpos. Todo hubiera ido medianamente bien si el inductor no se hubiera excitado de tal manera al ver la sangre que acabó con la vida del otro comensal, del que dió buena cuenta después de muerto. Esto, además de canibalismo, derivó en asesinato y consecuentemente en necrofagia, o sea, el acto de devorar a un cadáver. El canibalismo consentido puede que no esté penado, pero el asesinato sí, por lo que el sádico comilón acabó dando con sus huesos en la cárcel. La historia del crimen ha registrado numerosos casos de asesinos caníbales, casi siempre asesinos de tendencias sádicas que tras torturar, violar y acabar con la vida de las víctimas, devoran partes de su cadáver en un macabro ritual necrófago. En la mayoría de las ocasiones para obtener gratificación sexual, pues el canibalismo patológico está íntimamente ligado a la necrofilia, y otras veces, para retener la esencia y la fuerza de sus víctimas en sus propios cuerpos. Asesinos como Jeffrey Dahmer, que mostraba preferencia por los homosexuales, Dennis Nilsen ,que convertía el ritual en un acto de amor, Ted Bundy, el payaso asesino, Andrei Chikatilo y muchos más que engrosarían la lista. De cosecha propia tenemos a los españolísimos Manuel Blanco Romasanta, (“el hombre lobo gallego”), que mataba a golpes a sus víctimas en la soledad de los bosques para luego despedazarlas y comerlas, y a Enriqueta Martí Ripoll (“la vampira de Barcelona”), que secuestraba a niños de tierna edad para beber su sangre, vendiéndola junto a algunos de sus en el mercado negro, junto ungüentos que hacía con el tuétano de los huesos.
El acto de devorar a otro ser humano tiene un signiicado ambivalente. Por un lado es un impulso de amor incontrolado, por otro lado es un acto de aniquilación radical y de asimilación de un poder extremos. Entre los animales es algo muy común. Alimentarse de un congénere recién fallecido les asegura la supervivencia con la asimilación de proteínas y nutrientes básicos, evitando además que otros depredadores den buena cuenta de ellos. Muchas madres devoran a sus crías más débiles como síntoma de un déficit vitamínico y nutricional o por que no se ven capaces de alimentar a tantas bocas. Solo los más fuertes sobreviven, eso es ley de vida.
No somos animales, está claro, y nuestras neveras y supermercados nos ofrecen alternativas infinitamente más sabrosas y sugerentes que la carne humana, pero la atracción que ejerce sobre nosotros el canibalismo no se puede poner en duda. Exceso, posesión, renacimiento, amor, fuerza, lujuria, muerte, redención, devoción, poder, deseo, repugnancia, aversión… Los sentimientos y sensaciones que nos evocan este último acto sacrificial son múltiples, contradictorias y en ocasiones complementarias. Comer, beber, amar… El sexo, la muerte y la gastronomía han ido de la mano gracias también a la magia del cine, y no solo en sus manifestaciones màs salvajes y evidentes como las que nos muestra una y otra vez el cine de terror, sino de una manera más refinada, en un plano mucho más psíquico e intelectual, dejando traslucir una poesía poco habitual en el tratamiento del canibalismo. Hablamos de directores como Peter Greenaway, cuya obra cinematográfica está poblada de sugerentes alusiones a la carne y al deseo de devorar y ser devorado, mezclando el arte con la escatología como en “El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante”, o “El bebé de Macón”.
Jorg Büttgereit nos mostraba en “Necromantic”(1987)y “Necromantic II”(1991) la pasión necrofílica desbordante de una joven, obsesionada por copular con cadáveres. En una escena maestra de la película, la protagonista corta la cabeza de su joven novio en el momento del éxtasis, inundándolo todo de sangre y alcanzando ella de este modo su grado máximo de placer. Las mantis religiosas, después de ser inseminadas, arrancan la cabeza del macho y la devoran en un último y cruento acto de amor, donde el acto sexual se convierte en un ritual sacrificial donde la hembra se erige triunfante y vencedora en ese pulso entre la vida y la muerte.
La historia del arte, y del cine, está poblada de imágenes de mujeres castradoras, como Judith o Salomé (especialmente la versión literaria de Oscar Wilde), que provocó la decapitación de San Juan Bautista al negarse éste a satisfacer sus deseos lascivos, su demanda de amor, amor caníbal, pues al acabar la escena, cuando le entregan la cabeza del santo ya inerte en una bandeja de plata, Salomé la besa, la besa ardientemente como si deseara devorarla para poseerlo eternamente.
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